Los árboles no nos dejan ver el bosque. Después del atentado, la pregunta no es ¿qué bandera lucía mejor en la manifestación?, sino: ¿por qué los jóvenes musulmanes radicalizados eligen la muerte? De todo lo que he leído estos días, la descripción más precisa es la de Olivier Roy, que ha estudiado la relación del islam con el laicismo europeo. Invitado al Mitin de Communione y Liberazione, en Rímini explicó las características sociológicas de estos jóvenes que, como los de Ripoll, reinstauran el terror en Europa.
Desde 1995, la mayoría de los yihadistas europeos son hijos de inmigrantes: segunda generación (pocos proceden de la tercera). Educados en Europa, no hablan árabe sino la lengua del país (catalán los de Ripoll). No tienen formación religiosa: el imán de Ripoll era un traficante de hachís. No forman parte de ninguna entidad musulmana. Rechazan las formas orientales de vestir. No tienen por qué ser pobres o analfabetos, aunque muchos de ellos tienen un pasado de pequeña delincuencia. Antes de radicalizarse, ya tendían a desafiar a la sociedad.
Desde 1997, abundan las parejas de hermanos en las células yihadistas. Lo hemos visto en Francia, en Bélgica o en Boston (los chechenos que atentaron en el maratón). Lo hemos visto en Ripoll. No está metida toda la familia, como ocurre con la mafia, tan solo los hermanos: lo que refuerza el perfil generacional. Un joven terrorista de Bruselas dejó esta nota: "Eres una mala musulmana, madre, pero gracias a mi sacrificio tú también irás al paraíso". Por consiguiente, sostiene Roy, se produce una inversión de los papeles generacionales: pretenden salvar a los padres, a pesar de creer que nada bueno han recibido de ellos. Más aún: los voluntarios de Siria, a pesar de saber que morirán en atentado suicida, engendran hijos. Rechazan la herencia del pasado y al mismo tiempo se niegan a cultivar el futuro. Esta negación está directamente relacionada con el odio a la cultura. Son los nuevos iconoclastas. En Siria: no han destruido tan sólo iglesias o templos romanos, también mezquitas históricas. Cancelan la historia. Rechazan incluso la cultura musulmana. La rechazan en nombre de un islam puro y sin raíces.
Este rechazo está relacionado con el núcleo de su acción: la muerte. Desde 1997 casi todos los yihadistas se hacen matar: como los de Ripoll en Cambrils. La atracción de Isis sobre estos jóvenes no es política (el califato) ni religiosa (la charia, que prohíbe el suicidio). Es una estética fundamentada en la violencia y la muerte. El Estado Islámico, explica Roy, es muy fuerte a la hora de utilizar los códigos juveniles: música, videojuegos, series, cine. El tema del héroe solitario, que mata a todo el mundo en un videojuego. O Born the kill (una serie que se propaga así: "Un adolescente con deseos psicopáticos escondidos"). Son religiosos: esperan llegar al paraíso. Pero tienen una fascinación por el apocalipsis. El fin de los tiempos se acerca y, por consiguiente, no vale la pena vivir en esta sociedad. Favorecen el apocalipsis para asegurar su salvación. Son la cara trágica del trivial nihilismo europeo.
Antoni Puigverd
Publicat a La Vanguardia
Desde 1995, la mayoría de los yihadistas europeos son hijos de inmigrantes: segunda generación (pocos proceden de la tercera). Educados en Europa, no hablan árabe sino la lengua del país (catalán los de Ripoll). No tienen formación religiosa: el imán de Ripoll era un traficante de hachís. No forman parte de ninguna entidad musulmana. Rechazan las formas orientales de vestir. No tienen por qué ser pobres o analfabetos, aunque muchos de ellos tienen un pasado de pequeña delincuencia. Antes de radicalizarse, ya tendían a desafiar a la sociedad.
Desde 1997, abundan las parejas de hermanos en las células yihadistas. Lo hemos visto en Francia, en Bélgica o en Boston (los chechenos que atentaron en el maratón). Lo hemos visto en Ripoll. No está metida toda la familia, como ocurre con la mafia, tan solo los hermanos: lo que refuerza el perfil generacional. Un joven terrorista de Bruselas dejó esta nota: "Eres una mala musulmana, madre, pero gracias a mi sacrificio tú también irás al paraíso". Por consiguiente, sostiene Roy, se produce una inversión de los papeles generacionales: pretenden salvar a los padres, a pesar de creer que nada bueno han recibido de ellos. Más aún: los voluntarios de Siria, a pesar de saber que morirán en atentado suicida, engendran hijos. Rechazan la herencia del pasado y al mismo tiempo se niegan a cultivar el futuro. Esta negación está directamente relacionada con el odio a la cultura. Son los nuevos iconoclastas. En Siria: no han destruido tan sólo iglesias o templos romanos, también mezquitas históricas. Cancelan la historia. Rechazan incluso la cultura musulmana. La rechazan en nombre de un islam puro y sin raíces.
Este rechazo está relacionado con el núcleo de su acción: la muerte. Desde 1997 casi todos los yihadistas se hacen matar: como los de Ripoll en Cambrils. La atracción de Isis sobre estos jóvenes no es política (el califato) ni religiosa (la charia, que prohíbe el suicidio). Es una estética fundamentada en la violencia y la muerte. El Estado Islámico, explica Roy, es muy fuerte a la hora de utilizar los códigos juveniles: música, videojuegos, series, cine. El tema del héroe solitario, que mata a todo el mundo en un videojuego. O Born the kill (una serie que se propaga así: "Un adolescente con deseos psicopáticos escondidos"). Son religiosos: esperan llegar al paraíso. Pero tienen una fascinación por el apocalipsis. El fin de los tiempos se acerca y, por consiguiente, no vale la pena vivir en esta sociedad. Favorecen el apocalipsis para asegurar su salvación. Son la cara trágica del trivial nihilismo europeo.
Antoni Puigverd
Publicat a La Vanguardia